Político, social
En Ésta es una Plaza!, lugar de memoria latente, el festival presenta nueve piezas que buscan ser intervenciones en lo “político, social”; esto es, en los asuntos de la ciudad o del Estado (“πολιτικός”), en los asuntos de la comunidad (“sociālis”). En medio de su heterogeneidad temática, geográfica y estética, estas obras logran hilarse entre sí a través de una estrategia común: la utilización del videoarte como medio expresivo capaz de hacer coincidir, en un mismo lugar, la imaginación individual con la imaginación colectiva o política, iluminando de esta forma acercamientos insospechados a nuestro presente.
Nos encontramos con una formulación explícita de esta problemática en las obras de Elke Andreas Boon o Francesca Leoni. En ellas se nos propone reflexionar sobre la interacción del sujeto y su entorno; la construcción, siempre recíproca, del individuo y la colectividad; los vínculos sociales como anclaje y cemento de la subjetividad. En la obra de Boon, Me and My Sister (2015), la artista belga nos presenta el rotundo retrato de dos mujeres que dialogan corporalmente a través del gesto de fumar y protegerse los ojos del humo, en lo que busca ser un apunte visual sobre las relaciones familiares y sus consecuencias en la construcción de la identidad. Por su parte, en Ego-crazia (2017), Leoni nos muestra la teatralización de un juego tradicional, las sillas musicales, con el fin de desplegar un simulacro de las relaciones de poder subyacentes a los grupos humanos.
¿Cuál es el papel de la imaginación y la fantasía en la entraña de un mundo roto y convulso? En este conjunto de obras también localizamos juegos, situaciones construidas, animaciones cargadas de resonancias poéticas que pretenden rasgar un orden social esclerótico. Es el caso de la pieza Rues de l’Égalite (2013), de Catherine Radosa, donde se documenta el paseo de un ciclista por París, quien porta consigo la señal, devenida bandera, de la Calle de la Igualdad, reactivando la historia republicana de una ciudad marcada por la especulación y la turistización. También el de la exquisita Hipnosis para encontrar tu lugar en el Mundo (2018), de Blanca Gracia Gallego, en la que se nos propone un recetario para recuperar la magia y la utopía en el violento momento actual; o el de Reclamar el eco (2012), de Marco Godoy, donde se ficciona la interpretación de las consignas coreadas durante el 15M por parte del coro Solfónica. En esta última, Godoy adapta los lemas de los Indignados a las composiciones del compositor barroco Henry Purcell, quizás en un intento de hacer converger la Historia del Arte con el instante de empoderamiento colectivo vivido en 2011.
Al mismo tiempo se nos pregunta sobre el poder y la función de las imágenes en el mundo social, ensayando algunos puntos de fuga. En We love me (2017), Naween Noppakun nos ofrece un vertiginoso y hermético collage de retazos audiovisuales recogidos de la cultura popular y mediática tailandesa, en un intento de retener su propia memoria en una suerte de “cápsula” de imágenes. Sin establecer un hilo narrativo o argumental, la pieza de Noppakun problematiza el fenómeno de la memoria en su dimensión puramente visual, desbordando lo decible o inteligible, con el fin de imprimir una huella afectiva en las personas que la contemplamos. Esta estrategia es recuperada por Chen Wan-Jen en Platform 2(2006) donde, combinando imágenes analógicas e imágenes construidas digitalmente, recrea una escena típicamente urbana, la espera en una estación de tren, planteando la delicada interrelación entre ficción y realidad, así como su impacto en nuestra experiencia sensible.
Por último, también hallamos obras que exploran las posibilidades del videoarte a la hora de representar y, por tanto, repensar el mundo. En The Strangers (2018), Yuan Goang-Ming introduce un potente foco lumínico y una cámara de alta velocidad en la estación de Zhongli, ubicada en la ciudad taiwanesa de Taoyuan, retratando los rostros de todas las personas que esperan la llegada del tren, en su mayoría migrantes provenientes del Sudeste asiático. De este modo, Gong-Ming trata de congelar la presencia de esos “extraños”, presentes pero invisibles, que habitan la sociedad taiwanesa. Por su parte, el colectivo, Belangtelon Initiative ensaya en Windswept (2017) una visión aérea inédita del paisaje urbano, instalando una pequeña cámara de vídeo en el cuerpo de una paloma. Retomando la práctica de las carreras de palomas (“adu doro”), propia de las clases suburbanas indonesias, la pieza retrata la reconversión del paisaje en las periferias de la ciudad portuaria de Surabaya, enlazando esta memoria afectiva y política con las transformaciones desatadas por la globalización en el país.
En todas ellas se nos ofrece una ventana de experiencia en diálogo con el mundo social que nos contiene y nos conforma. Una ventana de experiencia que, en último término, problematiza este mundo social, abriendo el campo de lo político al terreno de las imágenes y la imaginación.
Texto: Inés Molina Agudo