ARTISTAS 2020
Habitar cuerpos, corporeizar espacios. Cuerpo, videoperformance y espacio público
Artistas: Acaymo Santana Cuesta (esp), Ana Caetano (por), Colectivo Ergo Sound (esp), DEHORS/AUDELA (ita) y Julien Duc-Maugé (fra).
Performance de Ana Caetano (por) y Julien Duc-Maugé (fra).
La sede Quinta del Sordo acoge cuatro trabajos de videoperformance que ponen en relación expresiones como son el vídeo, la performance y el sonido con el trabajo y reflexión sobre las ideas de cuerpo y espacio. Y es que todos somos, en el último y primer término de nuestro ser, cuerpo. El cuerpo es el espacio simbólico primero, así como el espacio de comunicación primero. El cuerpo es espacio simbólico primero al estar, al pertenecer, al ocupar, al ser, antes que cualquier otro signo. Y es comunicación en sus capacidades más innatas, pues el comunicar es un acto que también pertenece a los sentidos: el tocarse, notarse, sentirse. El límite entre los cuerpos, entre la individualidad del cuerpo, es precisamente el espacio de la comunicación.
De ahí que este potencial actante y comunicador haya convertido al cuerpo en el centro de las artes vivas y de la performance desde su origen. El cuerpo se performa al discurrir, al ocupar, al intervenir, o intervenirse, al estar o no estar, al ser o no ser presencia. Pero también, o más bien por ello, las estructuras simbólicas han buscado dominar al cuerpo, moldearlo, codificarlo, normativizarlo según los sistemas dominantes. Pensemos en cómo la sociedad de la virtualización y la individualización capitalista es la de la ausencia de la sensibilidad de los cuerpos, la ausencia de la posibilidad de vibrar en torno a estados de empatía no codificados, como señala Bifo en su obra “Fenomenología del fin. Sensibilidad y mutación conectiva” (2015).
No obstante, al ser espacio de comunicación primero, el cuerpo es, al mismo tiempo que dominado, la posibilidad del signo no codificado (aquí se entendería, por ejemplo, la propuesta del Cuerpo sin Órganos de Deleuze y Guattari, esa especie de búsqueda de un estado de organización previo al organismo jerarquizado). Sea recurriendo a esta u otras formas de experimentar, de performar, el cuerpo incluye en sí mismo la posibilidad de la resignificación. Y esta búsqueda por armarse cuerpo, por recodificar, por ocupar, por marcarse límite con las estructuras simbólicas dominantes es la que subyace en las obras presentes en la sala. Obras que, además, ponen en tensión al cuerpo con la naturaleza misma de la videoperformance: la tensión entre la imagen, que es siempre registro en una temporalidad incorpórea, y la performance, que nace de la finitud y presencia, presencia del cuerpo que vive.
El de Metamorphosis#1 (2019), de Ana Caetano, es el cuerpo en su comunicar primario, el del contacto con los materiales que nos rodean, el sentir de los materiales. En este caso, la harina. un montículo de harina sobre fondo negro aparece bajo un cuerpo desnudo. Y, entre ellos, el espacio del encuentro. El encuentro lento, progresivo, que sigue el único ritmo de lo que podría ser, o no, el sonido de un metrónomo; el encuentro entre la piel humana y los materiales que la rodean. Como resultado, la huella de este particular diálogo. El cuerpo humano queda marcado por el cuerpo de la harina inerte. La harina inerte ha sido transformada por acción del cuerpo humano. Ambos se resisten al rechazo. Ambos entablan una nueva relación.
Por su parte, Acaymo Santana Cuesta escenifica otro encuentro en La imposibilidad de la ascensión (2018). En este caso, el que sucede entre un cuerpo político y un espacio público politizado. En escena aparece un trapecio negro, sin profundidad aparente, sin superficie. Frente a él, otro cuerpo, el de una persona, se detiene ante la forma negra. Asciende sobre ella, y pronto cae. Ahora lo sabemos. Es una rampa. Pero no una cualquiera; es una representación, una desviación de las escaleras del conocido “Monumento conmemorativo del Pueblo de Madrid a la Constitución de 1978”, de Miguel Ángel Ruiz, situado frente al Museo de Ciencias Naturales de Madrid. Aquel que conmemora la idea de la ascensión del pueblo español al alcanzar la democracia. No obstante, el artista ha desviado las escaleras transfigurándolas en la ironía de la rampa negra, a cuyo intento de ascensión le acompaña siempre una caída. La de la imposibilidad de la ascensión. El nuevo monumento representado es así un abismo sobre el que caer, una y otra vez, producto de una relectura del relato público, el de la Transición, al que algunos cuerpos no sienten pertenecer.
Para muchos, el cuerpo neoliberal es también el de la cultura del progreso, la expectativa de la acción ininterrumpida, de la movilidad continua y del saber arrogante. En este sentido, a veces, es el espacio el que está significado y como tal preconfigura una movilidad. Una ciudad, una fábrica, un parque, unas escaleras, un techo, una puerta… nos advierten de cómo el cuerpo se deberá mover en ellas. De los sitios siempre se espera una acción determinada, una respuesta concreta. No obstante, frente a esta idea, el colectivo DEHORS/AUDELA rescata el concepto griego de ἀπορία en su obra Aporia (2019). A lo largo de una serie de paisajes, de imágenes concretas mezcladas con detalles de aspiración abstracta, un cuerpo interpreta una danza de movimientos repetitivos pero imaginados, automatizados pero dudosos, precisos e imprecisos a la vez, que parecen no adaptarse a ningún ritmo, no terminar ninguna acción, no comportarse como de él se esperara. Aporía es el reclamo de la falta de decisión y de respuesta, de la estasis e inmovilidad. El quedarse en la vacilación, detenerse entre la línea que une a y b, el problema y la solución, sin llegar a decir nada.
Sobre sonido y espacio reflexiona la obra con formato instalativo del Colectivo Ergo Sound Still City Blues (El Blues de la ciudad inmóvil) (2018). Frente al espectador se sitúan dos pantallas y varios auriculares con los que interactuar. Sobre la pantalla, el video muestra el movimiento de una cámara que se desliza entre el tráfico de Madrid. De los altavoces emerge el sonido externo. El de la sinfonía urbana, del bullicio del tráfico, de la ciudad ocupada. No obstante, pronto aparecen sobre la imagen las figuras de varios músicos inmóviles entre el tráfico, en silencio. Su melodía, la del cuerpo inmóvil, es la que puede escucharse por los auriculares. Ese mundo interno, la otra sinfonía urbana posible, que exige la contemplación, la empatía, la otra escucha. La instalación enfrenta así dos sonidos, dos mundos, y el reclamo de otra sonoridad, otra sonoridad posible para ocupar el espacio de la ciudad.
Un último enfrentamiento es el del cuerpo de Julien Duc-Maugé en su obra It’s the end of the world as we know it and I feel fine (2020). El artista frente a la cámara. Desafiante, o tal vez no. En una pose tranquila, en su inicio al menos, la que se limita a un pequeño movimiento de labios, a través de los que interpreta un verso de la canción del mismo título del grupo R.E.M. La ironía o provocación es la que resulta del montaje entre ambos. El de la letra que dicta “and I feel fine” frente al vaticine del mundo que se colapsa, mientras la voz que la pronuncia se va quebrando, muy poco a poco, a medida que avanza la performance que roza la hora de duración, de una sutileza demoledora.
Texto: Luis Cemillán Casis