
> Elena Arroyo (esp)
De L´Origine
Videoperformance
«¿Qué hacer?», –se pregunta desesperadamente un hombre en la L’origine du siécle XXI de Jean-Luc Godard–. ¿Qué hacer? –nos preguntamos?–. ¿Cómo cultivar el jardín del Edén una vez la Historia ha puesto en marcha sus engranajes? ¿Cómo hacer ver la montaña de ruinas amontonadas a nuestros pies? ¿Cómo, no ya «despertar a los muertos y recomponer lo destrozado», pero sí señalar nuestro empobrecimiento? ¿Cómo intentar, aunque sea en la dimensión limitada unipersonal, exorcizar la violencia?
Esta pieza se apropia de L’origine du siécle XXI de Jean-Luc Godard poniendo un cuerpo en escena encarnando el Ángel de la Historia. Un ejercicio que va de las imágenes visibles de guerra y destrucción a las imágenes sugeridas por la danza, de la experiencia presenciada a la experiencia vivida.
Al fondo de la escena, una figura lúgubre, fantasmal, envuelta en un manto negro proyecta imágenes desde su ojo frío y seco. A sus pies yace una pantalla-sudario-sábana. Delante, muy cerca de las gradas, una silueta alza sus brazos en un gesto que pareciera mitad una plegaria mitad el de un arquero. Viste de aviador y en su rostro, en el pelo y en las manos, centellean brillos dorados. ¿Es un heraldo o un Hermes soportando en su cuerpo el dolor ajeno? La misma ambigüedad recorre su cuerpo que tiene algo de femenino y algo de masculino, algo de niño y algo de viejo. Su cuerpo, más que danzar, tiembla en el quiebre de lo invisible sumergido en una burbuja de luz dentro de la más absoluta oscuridad. La oscuridad como matriz, como cámara oscura, como ataúd, como cáscara, como agujero negro. Los movimientos son inapacibles, lentos como la eternidad. Nacen en lo desconocido y lo golpean como si se tratara de vectores de electricidad. La figura se asemeja a un recipiente a punto de quebrarse. De hecho ya se está quebrando en diminutas, imperceptibles grietas. Las cremalleras de su vestuario – metal que chirría debido al temblor del cuerpo– advierten de una eclosión sísmica en sus entrañas. Quiebra, desgarro, electrocución, torsión. Su gesto es múltiple, su dolor infinito, su voluntad profunda. Envolviendo al cuerpo las sombras y el adagio de un piano entre el ruido de bombas, gritos y detonaciones. Una vez atravesada la guerra, la figura se detiene y levanta la vista hacia las gradas. ¿Cómo describir lo que no está ni dentro ni fuera? Mientras sostiene la mirada y contiene la misma electrizante energía, avanza de espaldas. Sus pies descalzos parecieran gravitar. Camina despacio hasta alcanzar las sombras proyectadas sobre el blanco sudario. Un cuerpo en contacto con la luz y la sombra, un cuerpo trasformado.
La figura danzante es un Dasein, un ser que encarna el Agelus Novus, la alegoría del ángel de la historia. El sonido es la pista de audio de la película de Jean-Luc Godard. Las imágenes del film son las imágenes que en escena se proyectan sobre el sudario pero aquí son indescifrables, un mero indicio sin peso significante. Porque las imágenes de la película son aquellas que esculpiran en el espacio imaginario de la escena la danza butoh que se danza. En la pista de audio suenan también algunos textos, algunos inteligibles, otros a penas. Algunas de las expresiones audibles son suceptibles de ser encarnadas: «piernas fangosas, órbitas polvorientas, pechos trémulos, mandíbula firme, cabellos ardientes».